Carrito de la compra

Habitando los Pies

Los pies, cimientos de nuestra estructura corporal, vehículos de contacto con la tierra, aliados de movimiento, equilibrio y sostén. Tan importantes en nuestras vidas y ¡tan poco sabemos de ellos!


Por supuesto que sabemos que los pies son nuestra base, que son los encargados de impulsar nuestros movimientos y de mantener la estabilidad... sin embargo, aunque sabemos que su función y su estructura son de suma importancia, solemos olvidarnos de que HAY QUE CUIDARLOS.


Y porque, demás está decir: si la base está débil, mermada y/o inestable, esto se reflejará en el cuerpo, sus sensaciones y sus posibilidades.


Y la realidad es que, tener los pies debilitados e inestables, es mucho más habitual de lo que creemos. De hecho, es posible que lo que consideramos un pie "normal" sea en realidad un pie que está funcionando en un porcentaje muy inferior al que está preparado para rendir de forma natural, y que hayamos normalizado el "dolor de pies" o los dedos comprimidos o superpuestos, como si fuera algo natural e inevitable.


Nuestros pies son una compleja estructura de huesos, articulaciones y músculos altamente preparados para soportar el peso de nuestro cuerpo en quietud y en movimiento y, en ningún caso, están "hechos" para estar comprimidos dentro de un a estructura rígida, encogida y desnivelada... como la mayoría de zapatos y zapatillas a los que estamos acostumbrad@s.


"Gracias" al uso prolongado de calzado que interfiere en la relación de nuestros pies con el suelo, hemos ido adormeciendo a nuestros pies, haciendo que se les olvide todo lo que saben hacer: impulsar, amortiguar, estabilizar. Hemos "entregado" estas funciones a los zapatos y, no sólo eso: hemos ido haciendo que nuestros pies cambiaran su forma, reduciendo su capacidad de apoyo contra el suelo y "normalizando" las implicancias que todo esto tiene en nuestros pies y en nuestra vida cotidiana.


Visualiza, por ejemplo, una persona llevando en sus pies zapatos con tacones muy finos, caminando sobre una acera en construcción y llevando tres bolsas de la compra en cada mano.


Sí o sí su cuerpo tendrá que realizar un esfuerzo de adaptación importante para compensar la falta de estabilidad, de sensibilidad y de soporte de sus pies, lo que se traducirá en tensiones que se proyectan desde los pies hacia la cadera y la columna... Resultado: pies frágiles, desequilibrados y doloridos, una estructura corporal que ha tenido que ir compensando (¿durante años?) la inestabilidad de los pies con el resto del cuerpo, con los consecuentes dolores y desalineaciones asociadas.


Y esto parece un ejemplo muy extremo, ya que no solemos ir al súper con tacones... Pero lo mismo ocurre en el día a día y aún llevando zapatos que consideramos "cómodos". 


Pero ¿cómo empezó esto?


El ser humano ha ido sin calzado o con mínima protección en los pies hasta hace pocos siglos. Antes, los pies eran una parte viva y despierta de nuestro cuerpo, idónea para caminar, correr, trepar, reptar... tan útiles en su función como las manos. 


Fue a partir de los inventos "estéticos" y comerciales de los últimos siglos que empezó a crearse un mundo de artilugios alrededor de los pies. Hasta entonces, los pies se protegían lo mínimo indispensable y sólo por cuestiones prácticas y esto no era, siquiera, una costumbre generalizada.


La necesidad "moderna" de querer parecer más alt@ y estilizad@ fue ganando adept@s, y así nacieron los tacones y los dedos recluidos en un zapato con punta.... y así nacieron también los zapatos "cómodos", para compensar las horas de zapatos "incómodos"... y los zapatos que te permiten correr más rápido o saltar más alto - sin que intervenga la musculatura ni la dinámica corporal idónea para ello... y los que te permiten atravesar suelos pedregosos sin mirar donde pisas... adormeciendo tu capacidad natural de ser un "todoterreno"... y necesitando una infinita variedad de zapatos y zapatillas para cada ocasión posible.


Pero todo este furor de dar un nuevo "look" y "nuevas" funciones a los pies tiene sus consecuencias: cuánto más escondemos / protegemos los pies, más se adormecen sus capacidades naturales; más se debilitan sus músculos, se endurecen sus articulaciones, se desacostumbran a sentir el contacto con el suelo y a soportar el peso de nuestro cuerpo.... y el resultado son pies sensibles o hipersensibles, deformados o, cuando menos, desalineados, pies débiles y con dolores, tanto en ellos mismos como en el resto del cuerpo.


¿Te suena? Creo que a tod@s nos suena esto.


Cuando empezamos Yoga, muchas veces nos vemos cara a cara con esta realidad: llegamos a nuestra primera clase y de repente descubrimos que, "oh sorpresa", estamos totalmente desconectado/as de nuestros pies. Los pies nos duelen en diferentes posturas, no se flexionan como quisiéramos o no resisten el peso de nuestro cuerpo... Y ya el hecho de descalzarnos nos produce incomodidad o hasta pudor. 


Tantas horas dentro de los zapatos, nos olvidamos de su existencia fuera de ellos e, incluso, nos olvidamos de que existe la posibilidad de apoyarlos en el suelo "sin intermediarios".


Lo bueno es que, con paciencia y cuidado, la práctica de Yoga (y otras prácticas que más abajo te explico) puede transformar la relación con nuestros pies. 


Empezando porque practicar descalzo/as nos ayuda a desarrollar la sensibilidad hacia nuestro apoyo sobre la tierra y, siguiendo por el hecho de que fortalece los músculos y mejora la movilidad de los 26 huesos y 333 articulaciones (x2) que los componen. 


Asimismo, y en otro orden de cosas, al liberar nuestros pies también ponemos en libertad su inmenso potencial energético: un caudal de fuerza vital, como el que se encuentra en las raíces de los árboles, y que nos permite impulsarnos con estabilidad y proyección.


Si practicas Yoga habitualmente, es normal notar que, con los años, los pies han aumentado de tamaño. Esto nos ayuda a ser conscientes del nivel de constreñimiento en el que hemos tenido sometidos a nuestros pies, y cómo los años de "libertad" y fortalecimiento les han permitido reencontrar su verdadera forma.


Y, tal como decía más arriba, por supuesto que uno/a también puede tomar consciencia de sus pies sin ser "yogui" y, en cualquier caso, es muy normal que liberar los pies resulte algo incómodo. Como todo cambio, necesita ser paulatino. 


¿Cómo puedes empezar?

  • De vez en cuando, puedes quitarte los zapatos (en casa, en el parque, en la playa) y dedicar unos minutos a solo S E N T I R las diferentes texturas por las que caminas. Esto irá fortaleciendo gradualmente la piel de tus pies y luego las capas más profundas. 
  • Puedes ir adquiriendo la costumbre de masajear tus pies con tus manos o, si no estás hipersensible, con una pelota de tenis.
  • Puedes ejercitar tus pies mientras estás sentad@, haciendo círculos con los tobillos e incluyendo los dedos en el movimiento o subiendo y bajando los talones del suelo (también de pie).


Esto hará que, gradualmente, vayas "rehabitando" tus pies, fortaleciendo de a poco la musculatura e hidratando/drenando los tejidos. No se trata de forzar ni de obligarte a ir sin zapatos por la vida. La mayoría de nosotr@s no estamos preparados (todavía) para esto. Pero, si te interesa explorar "el punto de vista de tus pies", es muy posible que descubras un mundo lleno de posibilidades.


Incluso, hay muchas dolencias físicas que vienen de la forma en que nos relacionamos con nuestros pies, ya que esto condiciona nuestra forma de caminar y estar de pie.


Dolores de rodilla, de cadera, de espalda baja y, ni te digo, fasciopatía plantar o dolor de tobillos... Todo esto puede mejorarse con dedicación y entrenamiento, y una dosis de confianza puesta en nuestros pies.


Claro que no tod@s podemos darnos el lujo o el placer de caminar descalz@s o de tan siquiera tocar el suelo con los pies.


Si es tu caso, puedes también profundizar en las partes de tu cuerpo que funcionan como base y apoyo, enfocarte en sentir el contacto contra la tierra a través de ellas, sentir sus texturas, su temperatura. Será igualmente nutritivo y activador para tu cuerpo, para tus sistemas vitales, para tu vida. 


Un abrazo!

Caro